Para aquellos humanos que todavía las estiman (a las palabras) un medio de entendimiento superior al relincho y al aullido.
Para los que no confunden el hablar con el escupir…
Luis Eduardo, vino al mundo el 24 de julio de 1948, y ha permanecido en él en el sentido más global e intenso y profundo de la expresión durante estos 72 años. Ha vivido en lugares tan distantes como diferentes, Talca donde nació, Viña del Mar, Bogotá, Nueva York donde asiste a la Universidad, Boston, donde estudia, Santiago, Caracas, París, Kioto, o Casablanca y Túnez, donde exportó madera chilena. Maneja 5 idiomas.
Un lector apasionado y constante. Un padre ejemplar. Un manejo en la prolijidad del hacer en lo que se propone, realiza un doctorado en derecho, amigo de la filosofía y distante de las banalidades.
JOSÉ LUIS URZÚA.
Estudiante de Arquitectura
“El Marqués en su Tinta»
Todos se acordarán, claro que si, del cuento aquel del Gato con Botas. Allí el genial Charles Perrault nos cuenta como ese famoso felino, desplegando un torrente de imaginación y fantasía, va diciendo a todos que lo que ven hasta el horizonte le pertenece al Marqués de Carabás.
Pues bien, ahora haremos de Gato con Botas. A todos los que pregunten de quien es el libro El Arte del Buen Lenguaje, prologado alguna vez en México por Octavio Paz, responderemos: del marqués Luis Eduardo Silva de Balboa y Lagarde-Salignac. Ha tenido el autor la gentileza, algo consubstancial en él, de hacernos llegar este breve aunque no por eso menos exuberante libro.
Sabemos que, en un país donde la fantasía escasea y abunda la pereza intelectual y el desde por lo diferente, a Luis Eduardo Silva de Balboa algún periodista bobo lo ha calificado cuando menos de controversial, e incluso nos ha llegado el lejano rumor de que hasta algún oscuro mentecato y uno que otro insolente pelafustán se han atrevido a acusar de mistificador al autor de este libro, que fundamentalmente es una reflexión filosófica sobre si mismo y sobre el valor trascendente de las palabras y su adecuada articulación, tanto en el buen pensar como en el bien expresarse.
El Gato con Botas nos diría que el prólogo que Octavio Paz redactó para el Marqués es un justo reconocimiento al asegurar que «toda página y expresión suya es un paradigma de buen decir. Tiene sensibilidad frente a las palabras, las conoce en su intimidad, y sabe reinaugurar su significado». Así, el Nobel de Literatura de 1999 dio su espaldarazo a las bondades escriturales del marqués, y queda cada quien en libertad de creer o descreer a Octavio Paz, o a este nuevo Gato con Botas dedicado a la crónica, o al marqués Silva de Balboa y Lagarde-Salignac. Alguno dirá que el libro fue prologado desde la ultratumba, desconociendo algo fantástico: el libro fue editado por vez primera en México, en vida de aquel genio sin parangón que fue Octavio Paz. Y para cualquier grafólogo su autenticidad sería evidente.
A Luis Eduardo Silva de Balboa tuvimos la suerte de conocerlo hace ya muchos años, en otra vida, en casa de un amigo en común en Marbella, hasta donde llegó en una reluciente limusina negra, en la que ondeaban las banderas de la Orden de Malta. Conducía la espléndida nave un chofer uniformado. Tomamos unos whiskies, jugamos luego una «pichanga» de polo algo desordenada con los magníficos caballos de nuestro común amigo Pablo Garretón, a quien Dios tenga en su gloria, y conversamos de este mundo y del otro y nos reimos de todo con una llaneza y una amabilidad difícil de hallar entre las bandas de haraganes que primero usan su información y luego lloran como Magdalenas, porque, al parecer, no era del todo como ellos querían.
Volviendo al pequeño libro, es éste un manual que todos debiéramos leer. Y asimilar. Hemos seguido de cerca la obra bienhechora de Silva de Balboa y, como el Gato con Botas, adscribimos a una máxima suya que nos parece genial: «Cuando la verdad no existe hay que inventarla».
«En un País donde la fantasía escasea y abunda la pereza intelectual y el desdén por lo diferente, a Luis Eduardo Silva de Balboa algún periodista bobo lo ha calificado cuando menos de controversial, e incluso un insolente pelafustán lo ha acusado de mistificador.«
Antonio Gil Iñiguez.-
“Es función de la gran literatura
el evocar el sentimiento
vivaz de lo que late tras las palabras”
Alfred North Whitehead.-